The gaze of the other

In solitude we do not exist as individuals, we exist as an extensive totality with all things. There is no exteriority, everything is a continuous interiority-exteriority. Thoughts, things, the entire existence has a continuity, in which the “I” is not known to be differentiated from the rest. In a way, it could be said that there is no such thing as “I”. Extensive fullness implies that the self is only the point of view from which reality looks at itself.

Being discovered by another conscience leaves our position of balance, that conscience outside us, deprives us of the extensiveness of our conscience with the world, and sends us directly to the discovery of our “I”.

Being discovered by another consciousness makes us “subjects”. It holds us to a part of us and opens an abyss with the world. But also, it generates the way in which we should look at the rest of things, it generates the other as an object. Interiority arises as a response to that rupture, it is a reaction to division.

Tying our interiority opens the field to an objectifiable spatial and temporal exteriority, to the world of reason. It creates the space for all the categories of language, metaphysics or science to appear.

Being perceived by another consciousness places us in another constitutive space, new rules emerge and everything changes around us.

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Being for another gives us the measure of what we are for ourselves. In a temporary instantaneity we come out of solipsism and we have to indulge in a game of masks. Being looked at by another shows us with transparency the “brutal” equality of human beings, and the discomfort of carrying our “personality”, which tells us who we are compared to that other.

Our external reality, asleep in his presence, awakens in screams before the gaze of the other. Our body and the image we have of it is present. The eyes of others become the perfect reflection of ourselves?

What is hidden behind the other’s gaze? Should that look be a mirror, reflect everything that we “feel” in ourselves? “Mirror” is a keyword here, the other’s gaze is a mirror in which we reflect ourselves.

The gaze of the other can become a terrifying experience for those who are not willing to see their own image. But is this image that is reflected ours or the one that humanization sends us? The culture?

For a moment we stop living in ourselves and we only live inside who looks at us. We are alienated from ourselves, and as objects of another consciousness we are capable of feeling the objectification for another as ontological reality.

I do not know the implications of being objectified and its more than possible relationships with madness. But it does seem that the process of humanization and that of individualization seem to go hand in hand, and that the separation between subject and object has been a long and tortuous path that, nevertheless, remains in us as a painful separation or as the fall of the paradise.

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Could objects in the world look at us as other human beings now look at us? In this situation, would it have been legitimate to call them objects?

How did the notions of distinction between human beings and animals, between inanimate and animate beings, between animals and plants appear?

Could animals and plants as well as the entire natural world become prying observers of an ancient humanity? What did that look make us?

Did an animistic age know of being observed by nature and discovering itself through it?

How could we make an archeology of previous forms of rationality in which neither individualization nor humanization were central elements?

Perhaps the age of reason is too human because it has blinded everything “alien”. It remains for us to explore the relationship between only being Interpellated by human beings and the objectification of the world.

In summary, we have developed:

• The rupture of the inner / outer continuous existence.
• The creation of the objectifiable, which has consequences for the creation of the self and for the conditions of knowledge as we know it.
• The creation of our human self, in front of and only in front of, other humans. This brings us to a time where “the human” becomes central, a special category, while the rest of the natural world is relegated to the world of objects. Objectuality created and generated by the division itself.

“La mirada del otro”

La humanidad ya ha sido destruida

La humanidad ha sido destruida varias veces, habitualmente consecuencia de su impiedad. Es decir, por haber abandonado los designios para los que fue creada.

Eso nos cuentan los mitos. Mas nuestro “mito”: la razón tecno científica y su progreso, parece destruirnos no por negar sus designios sino por cumplirlos. “Per se” sin finalidad aparente, sin aprender nada de ello.

La humanidad se ha hecho sujeto, y como un individuo-sujeto puede morir, perecer ella misma. ¿Quién puede ser garganta y voz de ese sujeto humanidad? ¿Quién habla por ella? ¿Cuál es su voz?

Cuando los dioses decidían destruir a los hombres elegían a alguien que sería el último de esta humanidad y el primero de la siguiente ¿Dónde está esa elegida humanidad que continuará nuestros pasos?

Cuando Roma estuvo agobiada por los bárbaros y temía por su seguridad, los cristianos culparon a los paganos por sus pecados y éstos a los cristianos por haber minado la moral marcial de Roma.

Nuestra narrativa de humanidad moderna nos describe en un proceso de cambio (evolución-progreso), donde el dominio de lo externo es celebrado en cada “paso” y se convierte a la vez en la semilla, ya crecida, de nuestra propia destrucción.

El mito progreso, aparece como una contradicción en sí mismo. Si un dios nos hubiese obligado a “progresar” del modo que hemos hecho, podríamos ahora culparlo por ello, pero nuestro mito nos dice que nació de nosotros mismos, y que somos los únicos culpables, los únicos causantes…

El dios terrible que nos lleva a la destrucción está dentro de nosotros, de nuestra naturaleza, después de todo es normal pensar así ¿acaso no hemos cambiado a Dios por la naturaleza?

Si el progreso es también un mito debe poseer su Hybris, su propia desmesura, sería esa desmesura la que debe ser castigada. Pero el progreso no tiene “desmesura” solo tiene avance o retroceso. No conoce límite alguno.

El azar es un determinismo

El azar es en definitiva un determinismo, ya que al fin el azar se comporta de un modo determinista dando siempre el mismo resultado: lo imprevisible. Sería el opuesto, en este sentido, del determinismo: en un caso siempre sabríamos el resultado, en el otro siempre conoceríamos el no resultado.

Porque el azar es en nuestra época sinónimo de aquello que no es calculable, que es indeterminable. La época barroca y la ilustrada bajan al suelo la idea neoplatónica de las armonías del mundo, internándose en la tarea de contabilizar esas armonías.

En esa búsqueda y experimentación con lo determinado y lo indeterminado, con lo cuantificable y lo azaroso se utilizan e inventan auténticas máquinas del azar. Es la época de jugar con el azar como ese genio maléfico que se encuentra en el límite de la comprensión. Es la época de los juegos de azar y las loterías. Y no se casualidad puesto que la mecanización del mundo es lo que conduce a su “indeterminismo”.

¿Y si pensáramos un bombo de la lotería no como una secuencia de choques deterministas imposibles de calcular, sino más bien como esferas que actúan en libertad y de ese modo se trata de un acto “libre” y por ello no determinable?

Pensar el mundo “físico” como poseído de voluntad propia nos acercaría a una especie de “animismo” moderno. Donde las cosas fueran apeladas a través de la petición o la ¿invocación? De ese modo, con la realidad se “pactaría”, se pediría un acuerdo. Para contactar y tratar con ella y no para imponerse a través de una predicción dominadora de su naturaleza.

La voluntad

La conciencia, el yo, es como un pequeño ático con un balcón que vuela sobre las alturas: las flores y plantas que en él se encuentran son las ideas.

El balcón son los sentimientos y las pasiones, en él se dan el nerviosismo y el miedo, puesto que cuelga del vacío. Pero desde el interior hay algo más, algo más profundo, la voluntad-forma que es la base de todo lo demás. Es lo oculto pero no porque esté debajo, subconsciente o no se conozca.

Con el pensamiento hemos abusado de las metáforas del arriba y abajo, al igual que en toda mitología telúrica y divina que se precie.

La interioridad fija y estructural es esa “voluntad”, que también con-forma. Es fuerza y es orden, es un pequeño creador de cosmos, un pequeño Big-Bang interior. La causa material y formal en una misma esencia.

La “voluntad” puede ser, por tanto, una energía y causa material que transforma y se enfrenta a lo real de forma unitaria. No la elegimos, la somos, y a la vez nos conduce, nos hace. No la vemos, pues es la condición de todo lo que vemos, está oculta y a la vista. Somos esas fuerzas “desplegadas”.

Tres juegos, tres épocas, tres metafísicas

Un juego es una forma bella de re-crear la realidad. No importa si es juego de infancia o de adulto. La esencia siempre es creativa frente a lo dado. Pero además, cada época y lugar expresa esta recreación según su forma autónoma de entender la naturaleza de lo que existe.

Veamos tres juegos que expresan tres épocas y tres metafísicas de la realidad:

El ajedrez, juego Medieval. No es únicamente un juego bélico, sobre todo se trata de una estrategia de “armonización”. A la naturaleza o la realidad se le debe armonizar, agasajar, a través de su buen y adecuado trato. Es un juego que pertenece a un cosmos ordenado y jerárquico, donde todo está donde debe estar, y donde cada elemento cumple su papel en ese todo. Un combate caballeresco y gentil.

Los juegos de azar del Barroco-Ilustración. Loa números han tomado entidad, pero no solo como relaciones armónicas, sino como relaciones calculables. Los juegos de azar son la consecuencia de un cosmos ordenado pero determinista, digamos matemático. Un mundo calculable recién inaugurado. El azar es, por tanto, consecuencia del determinismo. Jugar al azar es hacerlo con esa parte del “ser” a la que Dios no nos deja acceder con nuestra razón.

Los videojuegos. Son propios de una época, la nuestra, que reconstruye la realidad a base de datos y la hace “desaparecer” en su propia continuidad existencial. Surgiendo, de este modo, la necesidad de reconstruir una versión virtual de una realidad que ha desaparecido. Desaparecido a base de ser mirada con “aumento óptico”, desenfocada por fragmentación.

La nuestra es una época en la que la realidad ha desaparecido a base de tanto acercarnos a ella. Recogemos datos con insistencia para poder recrearla como si de una maqueta se tratase. Como escribía Borges en su cuento “Del Rigor en la Ciencia”: “(…) levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.”

Toda la física actual es una tendencia a desmaterializar (o bien desrealizar) la realidad. Nuestra visión técnica deshace la realidad y por ello necesitamos precisamente de un trabajo técnico para su reconstrucción, incluso para su resurrección.

La capacidad de crear continuidad

El engaño del cine: los fotogramas son una sucesión en el tiempo de fotografías estáticas. Cuando su movimiento sucesivo, es decir, la ubicuidad en la que se sitúa cada una, es sustituido por otra, a la velocidad adecuada; “aparece” la sensación de la fluidez del movimiento en nosotros, de la continuidad.

Este hecho, siempre lo hemos interpretado como un “truco” perpetrado en el mundo físico-real que “engaña” a nuestro cerebro. Podríamos decir que a nuestra interpretación del mundo.

Pero podríamos ser nosotros y no nuestro cerebro los engañados, al plantearnos las cosas de este modo. Podría ser que el “truco” no lo realizásemos nosotros para engañar a nuestra conciencia, sino ser la conciencia la que siempre está realizando el truco para nosotros. ¿Qué artes mágicas podrían estar ocurriendo delante de nuestras narices?

¿Y si el ser, el mundo, lo real, fueran fragmentarios e inconstantes y fuera la conciencia la que aplicase la continuidad a los hechos?

Podría ser, entonces, la proyección cinematográfica un caso particular de algo más general que sería la capacidad de crear “continuidad” allí donde en realidad solo hay fragmentos discretos1.

Esta hipótesis casa bien, en parte, con nuestra visión datificadora y discretizadora de la realidad. Conecta con un deseo epocal, el deseo de reinterpretación informática del mundo.

Ya que por analogía pensamos (¿deseamos?) el mundo como una configuración informática. Pero no debemos ser tan inocentes, siempre ocurre que cuando una tecnología exitosa configura el mundo social, se convierte en la forma sustancial de entender el mundo.

Pero aunque nos funcionase una visión fragmentaria de la realidad, sigue sin poder explicarse esa capacidad de generar la continuidad de una materia “bruta” tan discontinua.

De todo esto solo me voy a quedar con una definición indirecta: la conciencia es aquello que es capaz crear continuidad.

Nota:
1. Utilizo discreto/a en el sentido que se deriva de su etimología y que se usa en informática, matemáticas y física: algo que es separado, opuesto a continuo, aquello que se puede dividir un número finito de veces.