Pensamiento y luz: estados límite de lo real

Ya que la luz es lo que más rápidamente se desplaza, y es el límite (empírico) para establecer la anterioridad de la causa al efecto sin desplomar las explicaciones, también es la abanderada de la creación de lo real.

Avanza creando realidad, por tanto la luz “es” la inauguración de “las cosas” del mundo, de los hechos del mundo. Despierta al mundo como Helios inaugura el día montado en su carro.

Pero a la vez es sustancial a las cosas mismas, contiene la visión de cosas que aún no han ocurrido para nosotros pero que la luz ya posee. Es el testigo de la “creación” de la realidad y la portadora de su imagen.

La luz es la portadora de la “imagen” universal de todo. Para nosotros la luz es “información”, es decir, in-formación, la realidad en su forma, o en su formación. La luz nos da la forma de la realidad, nos la trae, y es el límite mismo de nuestra cognoscibilidad.

El pensamiento, por su parte, es inextenso e idéntico a sí mismo, es indiferenciado ¿Siempre tenemos el mismo pensamiento aunque este verse sobre formas o contenidos diferentes? Podría ser entonces como un líquido, siempre idéntico a sí mismo, pero cuyo oleaje fueran los distintos estados diferenciados del alma.

¿Por qué comparar o relacionar la luz con la conciencia? ¿Cómo metáfora utilizada en numerosas tradiciones filosóficas y religiosas? o ¿Puede haber todavía algo mas que las relaciona?

La luz y su velocidad son el ente estructural físico. La conciencia o el pensamiento son el ente límite de captación, en cierto sentido (no realista) está ya presente en todo lo que se puede conocer.

¿Los pensamientos se mueven a la velocidad de la luz? Lo primero sería aclarar a qué nos estamos refiriendo con pensamientos. De forma empírica, en el laboratorio, se identifica velocidad del pensamiento con tiempo de respuesta de los estímulos o bien con la velocidad de conducción nerviosa, siendo esta última claramente inferior a la de la luz. O bien se intenta medir el tiempo en “aparecer” un pensamiento aislado del que le precede. Algo que, nuevamente, se trata de medir desde el exterior.

Seguramente no es lo mismo tener un pensamiento que tener conciencia de que se tiene un pensamiento. Eso es lo que se nos pide en un experimento. Medir estímulos externos tampoco me parece algo importante en este caso.

Los pensamientos no se mueven a la velocidad de la luz por la simple razón de que no se mueven en absoluto. Pero, es dentro de ellos donde se mueven las cosas.

En nuestra propia experiencia como seres conscientes es difícil establecer diferencias nítidas entre distintos pensamientos. Somos conscientes de algo cuando nos damos cuenta de que ya no está aquello que se daba anteriormente, como en los estados sonoros los pensamientos se definen por confrontación de unos con otros.

Pero no es esto a lo que me refiero sino al pensamiento como un todo conciencia o estado de coherencia. En el cual los pensamientos o emociones surgen, desparecen o se encadenan sin solución de continuidad, permaneciendo el estado sin extensión, sin diferenciación ni temporalidad.

Por lo tanto, el estímulo no se produciría a la velocidad de la luz como límite de actuación de lo real pero el ente-conciencia lo necesita o le es inherente. Dicho de otra forma: el suceso, el estímulo, el pensamiento concreto se dan en un estado, digamos lento, mientras que la capacidad en sí de apropiarse de él o generarlo solo se explicaría en ese estado límite.

De ahí podríamos concluir que los pensamientos (la capacidad de pensar) habitan una dimensión que no conoce ni el tiempo ni el espacio. Pero, al mismo instante nos damos cuenta de que es una afirmación completamente contradictoria.

Habitar es una palabra que implica un lugar (espacio) y un instante (tiempo). De modo que los pensamientos no habitan y por lo tanto, en cierta forma, tampoco existen. Pero aquí siguen, en ti, en mi.

La capacidad de pensar no habita, no existe, pero los pensamientos concretos se dan en una instantaneidad no diferenciable, es decir habitan y se dan en un momento que no es del todo distinguible pero al menos ubicable artificialmente, aislando alguna parte de sí.

La capacidad de pensar es el estado límite, el pensamiento concreto es un ente continuo e indiferenciable, el dato es un intento de aislar un “algo” de ese continuo.

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