Es propio de la Modernidad el instinto de liberación de la naturaleza. Un instinto lícito, que se puede ver con claridad en Nietzsche, para el cual Dios formaría parte de esta rémora del pasado. En cierto modo Dios sería el “representante racionalizado” de esa misma naturaleza. Naturalismo dieciochesco, Positivismo decimonónico…
Ese instinto moderno sería otro paso más en este “proceso de individuación” que nos ha hecho los sujetos que somos actualmente. ¿Pero realmente es posible tal separación? ¿Tiene algún sentido esa ruptura con una exterioridad que fuese lo natural?
He hablado de esa individuación en “la mirada del otro”, de la posibilidad de que fuera ese mundo natural el que nos miró en primer lugar. Siempre teniendo en cuenta que cuando lo nombramos desde nuestro presente, ya nos estamos refiriendo a algo que ya está objetualizado de cierta forma histórica.
Decía Nietzsche que los hombres se hastiaron de la “mirada inquisidora de Dios”. Siguiendo esta idea se podría reconstruir una precaria historia de cómo miramos el mundo y cómo él nos devuelve, a cambio, nuestra propia identidad:
1. El cielo, la tierra, el océano nos miran: los dioses (antiguos) nos miran. Dicho de otro modo, las fuerzas naturalizadas nos miran: la naturaleza nos crea.
2. Dios (el dios padre y creador: Júpiter, Yahvé, la tercera generación de dioses) nos mira: Dios nos crea.
3. Nos mira y miramos a un mundo que ha quedado árido de significados: ¿Queremos? ¿Necesitamos re-crear el mundo?