“El pensamiento cientifista posee una narrativa que borra los orígenes y eleva un “eterno presente” convertido en “rejilla” comprensiva de todas las cosas.”
Pretendemos remarcar la relación entre la incapacidad de nuestra época de salir de sí misma: unidimensionalidad, traída a nosotros por la racionalidad tecno-científica y los intentos de perforar el cerco, la genealogía e incluso en menor medida la hermenéutica de Gádamer.
El “anacronismo” es nuestra seña de identidad epocal. No podemos tocar nada sin dejar nuestra huella en ello. Como un traje de contaminación biológica: no penetra nada en él, e infecta todo aquello que toca.
La racionalidad tecno-científica tiene sus jerarquías y modos de generación de verdad, unos circuitos de circulación y de reconocimiento. Una “verdad” de laboratorio requiere el concurso de varios expertos, grupos, revistas especializadas, etc. No obstante, esto no fue siempre así, en la ciencia barroca y en los albores de la Revolución Científica existía el filósofo natural aislado.
Los procesos de generación de verdad apenas estaban institucionalizados, y los trabajos se realizaban con gran independencia y fuera de la oficialidad. En ocasiones con fuerte oposición de ella. Las formas de verdad estaban asidas en modos de relación con entornos aún feudales. Sin embargo todos los “padres” de la ciencia tuvieron este perfil: solitarios aristócratas o artesanos de un mundo absolutista y semi-feudal.
La demolición de las racionalidades del Antiguo Régimen tuvo como consecuencia el desarrollo de una nueva forma de racionalidad imperante. La racionalidad tecno-científica, más que un proyecto de ciencia, la entiendo como un proyecto global de explicación y justificación de la realidad en su conjunto.
El pensamiento cientifista posee una narrativa que borra los orígenes y eleva un “eterno presente” convertido en “rejilla” comprensiva de todas las cosas. Ese presentismo crea una circularidad explicativa de nosotros mismos (unidimensionalidad). Un estado de cosas actual, facticio e histórico se convierte así en una estructura lógica de la realidad, a-histórica y con la aparente fuerza explicativa como para llevarla como norma para cualquier periodo histórico.
La “presunta” resolución de todos los problemas lógicos, metafísicos o incluso religiosos, por nuestra época se extiende hacia la ética: “Hemos resuelto los problemas éticos” y si no se ha hecho es porque “ahora” sabemos que no es posible. La presunta capacidad tecno-científica de resolver todos los problemas se vuelve ideología, y como buena ideología nos brinda desde el futuro la total tranquilidad de haber conseguido todas las soluciones, a pesar de que hoy por hoy no las tengamos.
El “cientifismo” apela a un universo cerrado en cuanto a las posibles explicaciones, estas siempre serán de un cierto tipo y además si no existen hoy, existirán inevitablemente en el futuro. Si bien todo no está explicado, es solo cuestión de tiempo, que lo sea, es decir: con la seguridad de contar con un “método” que permitirá abolir la oscuridad, el presente, el pasado y el futuro pierden su esencia y están amontonados en un “presente total”. Presente que expulsa por esencia cualquier opción alternativa.
Se trata de una forma de verdad que avanza por acumulación o en ocasiones por sustitución. Es paralela a la lógica o forma de racionalidad de la propia sociedad industrial. Se nos dice que acumulamos “potencias” porque el camino del desarrollo es el adecuado o bien en un truco publicitario, tenemos que “cambiar” de paradigma para poder seguir por la misma vía de progreso.
En este sentido las periódicas crisis del virus ébola son significativas. EL protocolo de protección requiere de un radical “afuera” y un radical “adentro”. La necesaria rutina minuciosa de vestimiento y desvestimiento, es una buena metáfora del minucioso escrutinio de la realidad tecno-científica. Además de ser un comportamiento protocolizado, minucioso y repetible. Un método que nos protegerá de hacer preguntas que pueden resultar infecciosas al propio equilibrio del medio.
Los países del aún llamado Tercer Mundo siguen siendo esferas exteriores, donde la racionalidad aún no ha cuajado y de la cual pueden emerger todos los fantasmas del pasado. Los medios de comunicación crean las fronteras, es más, generan la falsa sensación de que existe una frontera, un límite exacto que los “zombies” podrían estar rebasando continuamente. Por lo tanto nuestro “anacronismo” es pariente de nuestro tradicional “xeno-fobismo” Aunque el propio concepto de Tercer Mundo es ya anacrónico, ha cuajado como parábola infantil para generar límites y terrores de todo tipo.
El pasado para nosotros presenta un doble problema, de un lado hemos de explicarlo desde nosotros mismos y nuestra época, pero además somos conscientes de que en él reside nuestro origen. ¿Cómo un pasado cerrado y absurdo puede ser nuestro padre? Seleccionando figuras aisladas y desvinculando sus actividades de su todo, como flechas que apuntan a nosotros, o mejor dicho hacia la selección creada de nosotros mismos.
Las líneas de marcación del pasado hacia nosotros son construcciones discursivas de carácter demostrativo y teleológico. El presente estaba allí, pero aún no se había desarrollado. Su finalidad estaba latente y la tarea de la Historia es mostrar su lento madurar.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX la filosofía vivió momentos difíciles, en los cuales parecía que el proyecto científico no dejaba espacio a la reflexión filosófica. El rescate que hicieron las vanguardias de Nietzsche vino a abrir un apertura en el muro, que sigue abierto. Al fragor de la artillería, el hedor de las trincheras y el olor a gas mostaza mostró la no excepcionalidad de la guerra en el periplo humanista, sino más bien, su truculenta continuidad.
El pensamiento de raíz genealogista ha tratado de usar la acumulación sincrónica de los discursos para descubrir su formación y provocar su deformación abriendo el círculo cerrado. Todas las filosofías que introducen la historia producen cierta indigestión a la verdad. A la verdad no le gusta su historia y a nuestro mundo tecno-científico no le interesa la suya propia, salvo aquella que genera una dirección inequívoca hacia sí misma. Esta introduce incertidumbre y relatividad, así como espacio para otras formas de racionalidad.