Elogio del fracaso

En la sociedad de los triunfadores todos somos perdedores.

Puede parecer que el fracaso se mueve en la negatividad, en la simple negación de los valores que defiende y ansía una sociedad. Pero puede que no sea una categoría moral, sino una categoría sistémica, una categoría de la tecnología productiva: económica, y de construcción de sujetos.

La teoría marxista nos dice que el obrero (o bien alguna de sus evoluciones posteriores) es una figura social privilegiada que nos da las claves del desarrollo de la lucha de clases y por lo tanto de la historia. Yo me atrevería a experimentar la hipótesis de que es el fracasado esa figura clave de las explicaciones.

No hemos dejado de ser una sociedad administrada, pero hemos asistido a una reconfiguración de modo que ahora “debemos ser protagonistas y directores de nuestra aportación al sistema de racionalidad capitalista.” No basta con ser dirigido hay que dirigir”se” a uno mismo como imperativo.

Es aquí donde el fracasado tiene todas las llaves para abrir todas las puertas de la comprensión de una sociedad. El fracaso es el cerrajero virtuoso que abre las puertas selladas con el mayor empeño. El fracasado no está en el discurso de forma directa, pero es el referente implícito de una sociedad cualquiera.

Aunque no exista una teoría explícita (escrita) del fracasado, y tengamos que hacer una acto de desbrozado y reflexión entre la maleza discursiva, organizadora; el fracasado, la fracasada, aparecen burlones y tristes recortados tras la silueta de todo éxito y rectitud, detrás de todo orden y acierto.

El error donde debería acechar acierto y aprovechamiento. Es la cara oculta del computador que todo lo calcula y del “famoso” que solo dice sí, que es pura positividad. El fracasado es un “no”.

Es el negativo de todo positivo, sobre él o mejor contra él se generan los discursos que luego se organizan con mayor o menor coherencia. El fracasado es el que estorba, el que no está bien ubicado, aquél cuya función no se cumple, más bien el que no tiene una función definida, está indefinido. Interrumpe flujos.

El fracaso se quiere ocultar, pero salta a la vista de todos, es lo más visible, y el poder ha de gastar tremendas cantidades de energía en ocultar su presencia. El fracaso nos envuelve con su nebuloso velo: es para todos la posibilidad más cierta.

Hemos sucumbido a manos de la ciencia de la organización y de la ciencia de la utilidad. Pero por medio del fracaso podemos conquistar la ciencia y el reino de la futilidad. Podemos ser el hombre visible, que el poder transmuta en hombre invisible, para ocultarlo. El gran inútil que debe callar.

¡No nos cansemos de fracasar!

Una sociedad de triunfadores es por propia lógica y consecuencia una sociedad de fracasados. Se fabrican fracasados como la industria tecnológica más puntera fabrica sus bienes: es el propio consumidor el que crea el producto, cada cual genera su mercancía, su fracaso.

Si una se reconoce como fracasada se abre ante sí un nuevo mundo de autenticidad.

Sin anestesia por favor

El fracasado es el que sufre, sin tapujos, sin esconder su dolor. Puede convertirse en un pro-algesia viviente. Un híper-estesia1. Puede ser la bisagra dialéctica de toda una sociedad, de su impotencia y su deseo. ¡No me robes la dignidad de mi sufrimiento!

En ocasiones se nos antoja que se nos quiere hurtar hasta nuestra capacidad de sufrir y de aprender de nuestro sufrimiento. Parece como si tuviéramos que andar anestesiados ante cualquier evento del mundo interior o exterior, que cualquier reacción emocional es excesiva, que mostrarse frío e indiferente (estoico) es lo único aceptable.

¿Por qué no puedo sufrir en este trabajo? ¿Porque no puedo estar enfadado ante lo que veo ante mí? ¿Tengo que carecer de sentimientos intensos? ¿No puedo aprender de mi naturaleza y de los mensajes que me envía?

Hay una filosofía que emerge a través de los sentimientos, que tiene en la sensibilidad su cuna y que late en la sensación antes de reconocerse en la razón y en la palabra. Podemos apelar a las causas más mágicas con tal de que la realidad más tangible no se mueva un ápice.

En cuanto a lo dicho por Byung-Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio” una híper-positividad debería dar lugar a una hiperestesia, pero en última instancia encontramos la obligada “anestesia” para evitar el colapso. Esto se debe a que no todos los flujos pueden realizarse, sino que las energías se mueven en bucles solamente dirigidas a la producción o la auto-producción. El fracasado vive en una hiperestesia desbordada donde los contornos que debieran ser firmes se han desdibujado.

Porque sí que existe la normalización, y los flujos siguen estando dirigidos, no hay infinitos caminos por donde puedan caminar, solo unos pocos. Aunque la sociedad disciplinaria se haya, por así decirlo, interiorizado no por ello ha desaparecido: está más viva que nunca. Sus estructuras siguen latiendo con dureza para quienes no se la aplican por sí mismos.

Sufrir es un mensaje, es significativo porque procede de un “no” que es necesario poder decir. Contradecir la suprema “afirmación” a la que nos obliga la sociedad en su devenir continuo. Es el síntoma de que algo va mal, no basta borrarlo o adormecerlo.

Cunado una sociedad proyecta sobre el fracasado su furia ridiculizadora está hablando más de sí misma que del propio fracasado.



(1)
-estesia: Elemento sufijal de origen griego que entra en la formación de nombres femeninos para indicar ‘sensibilidad’.

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