La humanidad ha sido destruida varias veces, habitualmente consecuencia de su impiedad. Es decir, por haber abandonado los designios para los que fue creada.
Eso nos cuentan los mitos. Mas nuestro “mito”: la razón tecno científica y su progreso, parece destruirnos no por negar sus designios sino por cumplirlos. “Per se” sin finalidad aparente, sin aprender nada de ello.
La humanidad se ha hecho sujeto, y como un individuo-sujeto puede morir, perecer ella misma. ¿Quién puede ser garganta y voz de ese sujeto humanidad? ¿Quién habla por ella? ¿Cuál es su voz?
Cuando los dioses decidían destruir a los hombres elegían a alguien que sería el último de esta humanidad y el primero de la siguiente ¿Dónde está esa elegida humanidad que continuará nuestros pasos?
Cuando Roma estuvo agobiada por los bárbaros y temía por su seguridad, los cristianos culparon a los paganos por sus pecados y éstos a los cristianos por haber minado la moral marcial de Roma.
Nuestra narrativa de humanidad moderna nos describe en un proceso de cambio (evolución-progreso), donde el dominio de lo externo es celebrado en cada “paso” y se convierte a la vez en la semilla, ya crecida, de nuestra propia destrucción.
El mito progreso, aparece como una contradicción en sí mismo. Si un dios nos hubiese obligado a “progresar” del modo que hemos hecho, podríamos ahora culparlo por ello, pero nuestro mito nos dice que nació de nosotros mismos, y que somos los únicos culpables, los únicos causantes…
El dios terrible que nos lleva a la destrucción está dentro de nosotros, de nuestra naturaleza, después de todo es normal pensar así ¿acaso no hemos cambiado a Dios por la naturaleza?
Si el progreso es también un mito debe poseer su Hybris, su propia desmesura, sería esa desmesura la que debe ser castigada. Pero el progreso no tiene “desmesura” solo tiene avance o retroceso. No conoce límite alguno.