La gran caída tuvo lugar cuando perdimos la unión con nuestro derredor. Cuando mirados por el otro; la mirada de Dios, nos expulsó del paraíso, y la naturaleza entornó sus ojos.
El monoteísmo nos expulsó. La severa voz nos dio un nombre, uno que solo el único Dios reconocía… y nos hacía suyo.
El resto del mundo natural había quedado descolgado, relegado y castrado de nuestra esencia. Ya no se oían más voces, todas quedaron ahogadas: la polifonía dejó de sentirse.
Se abre la puerta para que sean otros seres humanos, exclusivamente, los que nos nominalicen, nos interpelen y en definitiva nos dominen. El ser humano dominado por el ser humano.
La era sombría. Se instaura el “derecho” de que unos seres humanos nombren, dirijan y dominen a otros seres humanos, en nombre de una “humanización” novedosa, la de Dios.