El estado tiene un subconsciente: por debajo de la Razón de Estado, la legalidad y la claridad, bulle un “subconsciente” de miedos y terrores. El Estado siente miedo a su no supervivencia, a su aniquilación. Miedos que le impulsan a la violencia, a la utilización de todos los medios y seres bajo su administración a servir al logro de su propia pervivencia.
Pero un momento, hablar de subconsciente para un ente como el Estado gubernamental, puede resultar inapropiado, o parecer una ocurrencia gratuita. No obstante, siendo fieles a un desarrollo interno de la historia de las ideas es más probable que el “subconsciente” aplicado a los seres humanos sea posterior, y que la idea de albergar oscuras e incontrolables impulsos, proceda más bien de una mala conciencia de la propia Razón de Estado llevada luego a la “psicología” de los individuos particulares.
Si los individuos modernos somos solo pequeñas Razones de Estado andantes, esta intuición cobraría pleno sentido. De este modo la subjetividad moderna sería la atomización, de millones de pequeños Estados repartidos en súbditos, o dicho de otra manera: cada súbdito devino en individuo incorporando en sí la Razón de Estado.
El miedo de los Estados a su propia descomposición como poder histórico y contingente podría, de este modo, haber sido trasladado a cada uno de sus súbditos y administrados a los que se les carga con oscuridades que no dejan de ser un peligro para el propio Estado.
El subconsciente es aquello que no está “claro”, iluminado, racional en definitiva Ilustrado. Aquello que probablemente no nos permitirá cumplir la ley y a la larga pondrá en peligro al propio Estado.
Debajo de la claridad y de la razón, de la legalidad y la racionalidad está la visión insomne del Estado sobre su propia destrucción. Hay una “sotanidad” en la razón al igual que había una soterrada locura en muchos monarcas absolutistas.
Andando el tiempo, cada ciudadano tendrá a su cuidado su propio pozo de irracionalidad y de peligro para el propio Estado y para sí mismo. Quizás es desde aquí, desde donde podemos escuchar con sentido el grito delirante de las criaturas románticas y el abismo infinito en el que se mira el XIX.