El hombre cosifica, la mujer idealiza. Una auténtica dialéctica en la que detenerse a pensar: cosificar/idealizar.
El hombre hace cosa a la mujer, esta a su vez, debe ser una cosa adorable, ser una cosa deseada. La mujer proyecta el ideal en el hombre que tiene, por su parte, que hacerlos carne en sí.
No obstante, la dialéctica entrañada es compleja y recíproca puesto que cuando algo se cosifica tiene detrás la más grande de las idealidades innombradas. Y cuando algo es ideal posee el anhelo de materializar un deseo gigante.
La mujer sería el ideal materializado, cosificado. El hombre la materia, la cosa que tiene que devenir en ideal.
La desdicha de ser mujer sería encarnar un ideal encerrado en materia. Un ideal invisible para ella misma, solo visible desde el exterior. Un ideal del que no puede participar más que pasivamente. Un ser para otro.
La desdicha de ser hombre sería no poder ser un ideal en sí mismo, sino sólo serlo a través de algo externo. Algo que se manipula, domina y cosifica.
Siendo la “mujer” un ideal, las “mujeres” de carne y hueso no pueden acceder a él, pues al ser un ideal cosificado, solo lo es accesible para los otros. El hombre únicamente lo puede alcanzar con el trabajo de lo “otro”, que le obliga a cosificar y por tanto a seguir siendo siempre “algo que está separado”.
En el fetichismo podemos ver un encuentro de los conceptos de los que estamos hablando. El deseo de lo ideal se hace cosa y la cosa es la mejor forma (la única) de conectar con lo inasible. En el caso de la sexualidad se dan recíprocamente ambas dimensiones.
El hombre quiere alcanzar el ideal a través de una cosa, el cuerpo de la mujer. La mujer quiere sacar el ideal de su inmanencia hacia algo exterior a sí misma.
Bien, mujer y hombre son en sí mismos “ideales”, entonces añadiendo este sentido de la palabra, se puede decir que: la mujer es el ideal de ser una “cosa” deseable, y el hombre es el ideal de encarnar ideales que siempre están separados de él.
Por supuesto no estoy hablando de biología, ni de su deconstrucción. Todos vivimos atravesados de esta dialéctica. Somos, a la vez, los dos polos y sus múltiples combinaciones. Pero evitar cosificar dejando de crear “lo otro” y reconocerse a una misma más allá de lo que seamos para los demás, es el comienzo de un camino prometedor.