En profundidad semántica, la realidad se reduce produciendo datos, que tras su generación sigue luego su ciclo convirtiéndose en realidad.
El Estado, inventor de la “estadística”, se ve desbordado por su criatura. Si en un principio fue el objetivo describir el mundo a través de sus datos; dos o tres siglos después son los datos los que generan el mundo.
Esta dialéctica nos embarca en un círculo vicioso en el cual tenemos que estudiar el mundo y la realidad a través de datos, pero son los propios datos que en un sentido primario, son la materia prima a estudiar.
Del acercamiento “estadístico” a la realidad hasta los big data hay unos breves siglos de marcación y mejora en el fijamiento y tratamiento de los datos.
Cuando se acumulan tantos “signos” de la realidad, se corre el riesgo evidente e inocente de confundir la moneda con el cobre del que está hecha. Se olvida el salto epistemológico que se dio en cada enmarcamiento de la realidad cuando esta se datificó.
Si añadimos la cuantificación de muchos de estos “datos” y sus aplicaciones matemáticas obtenemos una realidad “ecuacionable” (de ecuación) y “aparentemente” dominable mediante su equilibración o desequilibración como si de un sistema físico se tratase.
La primera consecuencia de esta dialéctica epocal es evidente: Aquello que no es datificable es borrado, no existe, ni puede existir.
La primera táctica de lucha contra esta datificación que podríamos remontar a Ur, sería difuminar la evidencia de los “signos” y su pretendida “entidad”.