“Una sociedad de sangre dejaba su sitio, parcialmente, a una nueva clase social con sus nuevas necesidades de construcción de justificaciones del poder.”
Cuando Dios fue sustituido por la naturaleza como clave de bóveda de las formas de racionalidad, la tarea necesitó de unas gotas de empirismo y una profunda auscultación del mundo natural. Si Dios requería un conocimiento teológico-filosófico, la naturaleza una exploración empírica.
Que la naturaleza sustituye a Dios es lo mismo que decir que la teología sea sustituida por un sistema de creciente en complejidad y equilibrio (El paradigma del desastre). Es el intento perfeccionado de completar el programa cartesiano. En su expansión constante desde el siglo XVIII y en especial el siglo XIX, los saberes más “especulativos” fueron perdiendo lugar.
La progresiva escasez1 de espacio para el discurso filosófico tuvo varias consecuencias, una notable fue el surgimiento de las filosofías que se centraban en el lenguaje y en el discurso en sí mismo, ya que el “ser”, se había naturalizado y objetivado progresivamente.
Las filosofías que han buceado en el lenguaje buscaban en los discursos ese cambio que se había producido fuera del saber trascendental y filosófico.
¿De qué podríamos hablar sino es de discursos? Esta re-circulación de la razón sobres sí misma implica una reubicación de la razón y probablemente se alimentó también del crecimiento de los “textos” disponibles desde que el Estado se puso a la ingente labor de tomar nota de cualquier aspecto de la existencia.
La proliferación de textos estadísticos (pertenecientes al Estado), y la creación de innumerables “saberes científicos” dejaban a la reflexión filosófica apenas sin objeto. Los propios textos eran, de ese modo, un material objetivo sobre el que actuar.
Este podría ser el hilo conductor entre escuelas filosóficas tan aparentemente alejadas como las filosofías del lenguaje anglosajonas y los estructuralismos franceses.
Después de las “Historias Naturales” del siglo XVIII, el siglo XIX pedía poner en marcha, de forma definitiva, a una historia que corriese en el seno de la naturaleza.
Una sociedad de sangre dejaba su sitio, parcialmente, a una nueva clase social con sus nuevas necesidades de construcción de justificaciones del poder. El nuevo marco de racionalidad había cambiado y el estudio de la naturaleza y con el andar del tiempo, el estudio de la vida en general, debió parece prometedor a una nueva clase social que acumulaba poder aún más rápidamente que aquella a la que vino a sustituir.
La “mejor adaptación”, “mejores capacidades”, “superioridad biológica”… se convirtieron así dentro de la nueva estructura de racionalidad decimonónica en anclas muy poderosas en las que asir un discurso de dominio que sigue en plena vigencia.
Si el propio Darwin era un fervoroso del capitalismo liberal o si sus viajes fueron financiados por potentes banqueros no es más que el apéndice de una época en busca de sus propias verdades. Imponente metáfora la del viaje en barco para una clase social que inició su acumulación inicial con las empresas comerciales alrededor del globo.
Sus querellas con curias varias son los fuegos artificiales de un festejo soterrado, el festín de una sociedad que no podía concebirse más desde la teología o la aristocracia.
“No tengo la culpa de tener mejores genes”
La selección natural fue el nuevo modo de apoyo y justificación a una sociedad de clase secular como la burguesa que se abría paso con fuertes desigualdades y necesitaba de nuevas justificaciones frente a un antiguo régimen de sangre y herencias nobiliarias.
La racionalidad medieval teológica apelaba a un orden pleno y autosuficiente, el mundo estaba regido en armonía siempre que se cumpliese el designio divino que mantenía a reyes y sacerdotes en la cúspide. Pero este plan divino aseguraba el orden mundano y espiritual.
Ciertamente la Era Moderna con sus reyes absolutistas aportan otros conceptos de poder, pero la inclusión en la historia del pensamiento de que en la naturaleza había desatada una guerra (como en la propia sociedad humana) solo necesitaba de un paso ulterior: la “animalización” o “naturalización” del ser humano. Para incluirlo, de ese modo, en esa guerra incesante por la supervivencia.
Idea muy en armonía con un nuevo modo de gestionas las poblaciones, y de un liberalismo que una vez aplastado el orden de la “Jerusalén Celestial”, consideraba a toda población sospechosa de vagancia y holgazanería.
La biología, más allá de actividad de saber, es un nudo de la Era Moderna en el que se encuentran atados como centro neurálgico numerosas formas de racionalidad y justificación de nuestro mundo actual.
La biología es un nudo que ata una parte importante de la racionalidad de nuestra época.
Funciona como discurso individual y social y está detrás y en último lugar como axioma de numerosas ideologías. Desenmascararlo, mostrar sus límites y alianzas sería una tarea vital para abrir horizontes.
Notas:
1) La escasez fue y es un concepto central en la “ciencia” económica.
Muy buen artículo, el neodarwinismo está arriba, arrasando.
Gracias, nunca se ha ido del todo, porque forma parte del cómo nos pensamos en la modernidad.
Los dadaístas, que luego derivaron en los surrealistas en las vanguardias, decían que la Primera Guerra Mundial (la que ellos habían vivido) tenía su origen en el racionalismo y por eso su arte buscaba romper con conceptos establecidos. La neurosis biológica no vino sino a confirmar esto con la Segunda Guerra Mundial, muy centrada en la biología, las razas y toda la retahíla de estupideces fascistas.