Enfrentar máquina, perteneciente al mundo de la lógica y la extensión, a simbólica, ausente de este mundo, para hacer estallar nuevos significados que como fragmentos salidos de una fragua, enriquezcan el pensamiento y las intuiciones, puede ser una tarea lúdica y profunda.
Símbolos no son “entes” que apuntan a otras realidades, como el lenguaje o un pictograma. No son señales de tráfico. Los entiendo como entidades “reales” que se alborotan con otra “razón” diferente a la que hemos manejado hasta ahora. Su formación y transformación no requiere tiempo ni extensión, ni necesita del concierto de la lógica. Tampoco interpelan sobre la existencia o la cantidad. En cierta manera se colman a sí mismos.
Decir “maquinas” en este lugar es buscar relaciones que se repitan y un vago intento de dominarlas, de poseer su “funcionamiento”. Algo que emprende la marcha de una forma más o menos ordenada.
Acceder a la máquina simbólica es acceder a un nivel de síntesis que solo podemos intuir, sería integrarse en la magia simbólica y en sus secretos. ¿Hay máquinas simbólicas en la interacción entre la voluntad y las ideas de la conciencia? ¿Es la conciencia una forma de máquina simbólica?
La máquina simbólica es el tipo de imposible que merece la pena perseguir.
¿Sería una obra de arte una máquina simbólica? ¿Y un estado de sonoridad? ¿Un artefacto dadaísta o surrealista se acercaría a la idea de máquina simbólica? ¿O bien se podrían usar las abstracciones de Kandinsky haciéndolas físicas?
La dimensión del pensamiento, fuera del tiempo y el espacio sería la dimensión simbólica frente a la dimensión de los signos, que se movería en la espacialidad.
La dimensión simbólica se parecería analógicamente a un fluido el cual se transformaría de idea en idea sin contornos precisos ni momentos de transición.