La conciencia, el yo, es como un pequeño ático con un balcón que vuela sobre las alturas: las flores y plantas que en él se encuentran son las ideas.
El balcón son los sentimientos y las pasiones, en él se dan el nerviosismo y el miedo, puesto que cuelga del vacío. Pero desde el interior hay algo más, algo más profundo, la voluntad-forma que es la base de todo lo demás. Es lo oculto pero no porque esté debajo, subconsciente o no se conozca.
Con el pensamiento hemos abusado de las metáforas del arriba y abajo, al igual que en toda mitología telúrica y divina que se precie.
La interioridad fija y estructural es esa “voluntad”, que también con-forma. Es fuerza y es orden, es un pequeño creador de cosmos, un pequeño Big-Bang interior. La causa material y formal en una misma esencia.
La “voluntad” puede ser, por tanto, una energía y causa material que transforma y se enfrenta a lo real de forma unitaria. No la elegimos, la somos, y a la vez nos conduce, nos hace. No la vemos, pues es la condición de todo lo que vemos, está oculta y a la vista. Somos esas fuerzas “desplegadas”.