¿Qué es el tiempo? La diferencia y la proporcionalidad

El tiempo es la “aparición” de la diferencia, la plena igualdad es por tanto la ausencia de tiempo. Sin diferencia de lugar (geometría) ni de cualidad no existe el tiempo. Ni en un sentido lógico ni para nuestra percepción.

Pero la simple diferencia no es suficiente para hacer “emerger” la temporalidad, se necesita de otro elemento: la proporcionalidad. Y esta surge de una simple intuición, que se convierte así en un modo de conocimiento esencial. La simple intuición liberada de recursos culturizados de todo tipo nos permite acceder a fenómenos esenciales de la captación de nuestra realidad.

Pero la intuición de la proporcionalidad es previa a cualquier conocimiento formado.

Por ejemplo, al escuchar una melodía musical, tenemos la plena percepción de una proporcionalidad. No sólo en la sucesión ordenada y “a tiempo” de cada nota, sino también en su armonía (proporción en las vibraciones del aire, es decir, los tonos musicales).

Este orden intuitivamente captado, no se debe, y esta es mi hipótesis, a que tengamos en nuestras capacidades perceptivas algo así como un metrónomo interior, ni una regla perfecta para medir proporciones. Sino se debe a que la “proporción misma” inexistente a priori crea la propia realidad dándole entidad y haciéndola emerger.

La experiencia de la propia melodía musical es la experiencia del propio tiempo, el goce que experimentamos con ella es el goce de “sentir” el tiempo en su discurrir, tener la experiencia de la temporalidad es lo que nos proporciona el goce estético. Tener conciencia del propio tiempo: ese sería el placer de la música.

Porque de otra manera tendríamos que recorrer un camino “culturizado” para explicar por qué “entendemos” instantáneamente que unos sonidos están en orden según una sucesión temporal exacta, y que además los sonidos en el aire vibran en proporciones concretas y exactas, las armonías.

Todo ello tendría que “analizarlo” el cerebro al instante y estamos, al fin, trasladando la analogía de una calculadora a nuestra conciencia, como si en primer lugar hubiera existido la calculadora y después la conciencia. Como si en esencia fuésemos un complicado computador.

Pero al final ¿por qué iba a ser especial o gozosa la experiencia de haber realizado todos esos cálculos para el cerebro? ¿No es más sencillo y elegante admitir que la experiencia de una música en nuestra conciencia es independiente de esos cálculos, más primaria y esencial, que no los necesita y es independiente a ellos?

La aparición de la proporcionalidad ¿Da inteligibilidad a lo real? ¿Intensidad? Lo que intento decir es que la experiencia de la proporcionalidad es anterior e independiente de su propia constatación, y en el caso del tiempo tenemos acceso a su experiencia a través de ella, luego ¿a la experiencia del espacio tenemos acceso a través de la proporcionalidad geométrica?

Hemos desarrollado la geometría o construido máquinas calculadoras para realizar aquello que la conciencia “intuye” en la realidad desde el comienzo. Las máquinas han de actuar en la materia igual que nuestro cuerpo, pero imitan “intuiciones” (las llamo así a falta de otro nombre mejor), que posee la conciencia de sí.

Si la simple sucesión auditiva de un ritmo nos hace “emerger” el tiempo, ¿qué otras sucesiones o formas nos abrirán otras dimensiones de la realidad?

En definitiva, lo que digo por ejemplo, es que antes de la propia geometría no existía el espacio. Pero a la vez, la conciencia no necesitaba de ella para percibir, por ejemplo, una forma física armónica o la igualdad en sus proporciones.

Al igual que en una alucinación visual, la realidad nos muestra su infinita variedad de proporciones luces, colores y formas en un baile sin fin. Al oído también se le pueden dar esas sensaciones auditivas de proporcionalidades infinitas a través de una construcción de música experimental, electrónica y hasta cierto punto armónica.

Ambas experiencias nos descubren la conformación de la realidad a través de su proporcionalidad infinita.

Con el tacto, con los dedos, también se puede percibir la proporcionalidad y la sucesión, tocando una fila ordenada de cosas con los ojos cerrados, en orden, podemos tener esa misma percepción de proporción y también de sucesión, sin necesidad de usar la vista, ni el oído. Tener acceso a cristalización de la diferencia y la proporcionalidad, es decir, del tiempo.

No obstante la cognoscibilidad de lo real parece ir de la mano de cierta posibilidad de la visión, en cierto modo lo infinito no se conoce por que no se puede “ver”, “abarcar” en nuestro conocimiento como “visión”.

Lo cognoscible es lo abarcable, lo que nos hace confiar en nuestra capacidades de conocimiento es la idea de que siempre podemos “reducir” la totalidad del ser de tal manera que la volvamos “abarcable” para nuestro entendimiento, incluso para nuestra vista.

La inflación tecnológica

La tecnología sigue estando atada en su surgimiento, desarrollo y finalidad a hitos históricos profundos como la posesión, la propiedad, la auto referencialidad y los delirios paranoides de los Estados.

¿Sí ya existen medios materiales y técnicos para aplacar la necesidad humana? ¿Por qué no se ha logrado hacer? ¿El apaciguamiento de las necesidades humanas depende exclusivamente de la capacidad técnica? ¿Podemos afirmar realmente que un aumento del desarrollo tecnológico implica necesariamente una mayor liberación de la humanidad?

En la actualidad la percepción parece dirigirse, más bien, al polo opuesto. Cuanto más tecnológicas son las relaciones, mayor es la pobreza; cuanta más tecnología media la existencia, mayor es la exclusión producida.

¿Necesita la humanidad más tecnología? ¿Sigue estando la tecnología implicada en una dialéctica liberadora? o ¿Hemos entrado en un proceso de inflación donde más es menos para el bienestar del ser humano?

Por todo ello, no puedo dejar de preguntarme: ¿Han dejado de ir de la mano el desarrollo técnico y la mejora de la existencia? ¿Qué relación tiene la creciente tecnificación y la creciente pauperización de las poblaciones?

¿En qué punto exacto se produjo ese cambio de dirección? La máquina de vapor esclavizó como nunca antes a los obreros fabriles y desarrolló un proceso histórico para subvertir su uso enajenante y explotador. El propio concepto de explotación emerge de este proceso.

El movimiento que le siguió pretendió, hipostasiando la propia tecnología, recoger sus frutos y utilidades para las poblaciones en su conjunto. Es decir, supuso que el desarrollo tecnológico de los procesos productivos generaba un primer momento de explotación y seguidamente la posibilidad de subvertirlo y retorcer la tecnología para su uso por el bien común.

Probablemente la dialéctica no estaba, exclusivamente, en el desarrollo tecnológico.

Sin duda la triada de racionalidad, tecnología y acumulación de capital sigue siendo de gran relevancia; pero tales conceptos no se han jerarquizado de un modo consecuente hasta el momento.

La tecnología parecería así una prolongación “instrumental” de la voluntad de privatización y exclusión.

Las relaciones entre la propia economía, la acumulación capitalista, y el desarrollo tecnológico no sigue líneas claras. A cada descubrimiento o desarrollo técnico no le sigue un uso, aplicación y despliegue económico claro. Y al contrario, las simples necesidades económicas no acaban, aun esforzándose, de limitar el campo y dirección de lo tecnológico.

Es una relación de mayor profundidad, que invoca modos de operar pretéritos: las posibilidades tecnológicas son secuestradas, privatizadas y puestas al servicio de modos de absorción del capital, del conocimiento y de la propia vida. O, de otro modo, podrían operar hacia modos de desarrollo novedosos, que fueran abiertos, no enajenables y armónicos con la vida.

Sin embargo, la tecnología sigue estando atada en su surgimiento, desarrollo y finalidad a hitos históricos profundos como la posesión, la propiedad, la auto referencialidad y los delirios paranoides de los Estados.

El resultado es un crecimiento de lo tecnológico que se vuelve contra las propias poblaciones, como tecnología armamentística o como dispositivos que desplazan las capacidades humanas, al servicio de una acumulación cada vez mayor, más restrictiva, violenta y que escapa al control de las comunidades.

Se argumenta que la tecnología es digamos “neutra” y que es su uso el que certifica su moralidad. ¿Está la tecnología solamente usada de mala manera? o ¿es intrínseco a su uso y crecimiento la situación creciente de expulsión de la mayoría del bienestar?

Demostrar esto necesitaría demostrar cómo la dialéctica de la propia tecnología va pareja a la de su posesión privada, y que su expansión absoluta sería el sueño de cualquier poder totalitario. Estaríamos entonces ante una tecnología cuya esencia es el dominio de la naturaleza y de las capacidades, una tecnología esencialmente violenta.

La tecnología actualmente generada aumenta las capacidades del dominio y no mitiga las necesidades humanas.

Podríamos preguntarnos también sí la tecnología facilita la vida o simplemente la modifica imponiéndole nuevas formas de ordenarse. Creando las mediaciones con la realidad y definiéndola a ella misma, la tecnología impone su propia ontología. (internet, subordinación…)

La capacidad de gestionar la información con mayor potencia y rapidez facilita aún más la acumulación capitalista. Y de los modos de procesamiento perfeccionados de información como la Inteligencia Artificial solo podemos esperar, de entrada, un uso acumulativo económico y de creciente manipulación.

Imaginar las condiciones de una tecnología no privatizada y no enzarzada en la maraña creciente del poder es una tarea necesaria y urgente. Cuanta más tecnología conforma nuestra realidad más ajeneidad tenemos con ella, al desplazarnos hacia un plan en el cual para nada, hemos participado.